Pocillo N°1
Pocillo N°2
Pocillo N° 3
A mediados de la década del 50 el artista plástico,
escritor, diseñador y ceramista gallego, Isaac Díaz Pardo, llegó a la Argentina
y, conjuntamente con empresarios de ese mismo origen que vivían en estas
tierras, montó a 100 km de la ciudad de Buenos Aires, en la localidad de
Magdalena, una fábrica de porcelanas que existió durante más de 30 años.
Díaz Pardo formó parte del complejo industrial de Cerámicas do Castro, en Galicia,
que había iniciado sus actividades en 1949 y que al poco tiempo contaba con una
planta de casi unos cien trabajadores y productos con buena aceptación en el
mercado.
Varios intelectuales, que luego de la Guerra Civil vivían exiliados en
Argentina, tomaron contacto con la Fábrica de Porcelanas La Magdalena. Entre
ellos estaban Luis Seoane, Rafael Dieste, Lorenzo Varela, Núñez Búa, Antonio
Baltar, Blanco-Amor, Laxeiro, Arturo Cuadrado y Alberto Vilanova Rodríguez.
En Magdalena se implementó un modo de trabajo que incluía la coparticipación de
los obreros. La planta de la fábrica tenía una estructura productiva circular,
en la cual se formaban cuadrillas que rotaban en sus funciones. Así se evitaba
la alienación del repetitivo trabajo industrial ya que los equipos cambiaban de
tareas luego de un tiempo de estar en una determinada actividad. Eso implicaba
que el personal pasaba cíclicamente por todas las tareas de la fábrica. Al
moldeado, amasado, horneado y otras funciones, también se le agregaba, a su
turno, la participación y colaboración en la etapa creativa: el diseño. Aquellas
creaciones, que eran aprobadas por los responsables del diseño, llevaban la
firma del obrero que había sido el autor. Así lo demuestran las excelentes
piezas que aún se pueden apreciar, que por cierto mantenían una notable calidad
ya que no se permitía una segunda selección.
El personal era en su totalidad de Magdalena, donde además había una excelente
materia prima para esta producción -por eso se instaló la fábrica allí-. A los
obreros se los había elegido de esa localidad para que estuvieran cerca de sus
familias con las cuales se buscaba crear una vinculación más allá de lo
estrictamente laboral, como por ejemplo en el caso de los concursos de formas
que se realizaban con los niños de esas familias y que posteriormente se
horneaban y luego ellos podían llevárselos.
En definitiva, se trataba de un emprendimiento cultural - industrial muy
alejado de la empresa destinada a obtener beneficios con la especulación sobre
las necesidades y los recursos de la sociedad. Así lo entendieron los
intelectuales que estaban vinculados a este proyecto cuando se desligaron de
él, aunque no de esa idea que desarrollaron plenamente en el Laboratorio de Formas.
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